lunes, 8 de julio de 2013

Lampedusa

Europa está muerta en el corazón. Su crisis no es ni económica, ni política, ¡ni siquiera de valores! Es de amor a la vida. En Lampedusa no murieron unos migrantes de casualidad. Es vox populi que conforme llegan las pateras al sur de Italia, mucho de su cargamento humano desaparece en las aguas, y nadie da cuenta de ellos. Cuando llegan a España reciben un trato un poco mejor, por cuestiones legales, pero en la mente de los españoles, como de los italianos, como de los franceses, alemanes, etc. se trata siempre de lo mismo: no son personas, son "invasores", fuerza de trabajo excedente en un mercado saturado y deprimido. Vienen a quitarnos "nuestro" bienestar.
Esta Europa muerta se ha enterrado en la tumba de dos siglos de liberalismo económico. ¡Europa, que es ella misma un mosaico de migraciones! de caóticos movimientos de pueblos, internos y externos. Y esa es la variedad, y esa es la riqueza, y esa fue la grandeza de Europa.
Sin embargo esta Europa actual ya no tiene esa riqueza, ha convertido su riqueza en racionalidad económica, superestruturalmente defendida por una religión temerosa de que "los de fuera" vengan a traer costumbres extrañas y dioses extranjeros.
Se justifican diciendo que una migración caótica es insostenible. Y tienen razón, desde el punto de vista liberal, para quienes el hombre es primero una fuerza de trabajo, una fuerza de producción. Si tenemos la suerte de nacer (es decir, si somos lo suficientemente sanos y lindos para el futuro mercado laboral, si no nos desahucian en las barrigas), generosamente el estado nos educa para la vida, es decir, para trabajar y producir, envejecer sin molestar demasiado, y morirnos más pronto que tarde.
Es a esto, específicamente a esto a lo que lo que la fe cristiana debería ser capaz de resistir hoy, y a esto le ha dicho el Papa hoy una palabra clara y transparente. El valor de esa palabra es que no era del Papa: "¿Dónde está tu hermano?" El papa ha viajado a Lampedusa a decir que la racionalidad de la exclusión no es una racionalidad que el cristiano pueda apoyar, seguir o favorecer, ni siquiera tácitamente. No podemos ser aliados, ni siquiera aliados tácticos, de ninguna forma de exclusión. La globalización de la indiferencia no es para nosotros.

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