martes, 17 de septiembre de 2013

Laicismo

Acabo de leer un tuit que dice:

«Los que niegan a los católicos el derecho a participar en política se dicen a sí mismos laicistas, pero podrían decir antidemócratas.»

Dicho así, en general, es cierto: si alguien le niega a algún otro grupo, por motivos raciales, religiosos, de género, de educación, etc. no es democrático en nuestra definición formal de democracia. Precisamente definimos la democracia como la participación directa o indirecta del ciudadano en la cosa pública, con el solo requisito se ser miembro de esa comunidad de pleno derecho. Por tanto, mientras no haya ningún ley que niegue a los católicos la pertenencia ciudadana plena, negar que puedan participar en la vida pública por el hecho de ser católicos, es antidemocrático.

El problema es que un tuit así es tan cierto como inútil, porque salvo una minoría exaltada y numéricamente insignificante, nadie pretende que los católicos no pueden participar en la vida pública. También hay algunos que les parece que el nivel educativo debería ser una barrera de corte, otros, que estábamos mejor cuando solo votaba el paterfamilias, etc. pero todas estas opiniones son eso, opiniones, sin demasiadas perspectivas. La democracia formal que practicamos tiene los suficientes anticuerpos para sobreponerse a esas tensiones internas.

Es verdad que en algunos momentos de la historia lo que es sólo una opinión se puede volver una avalancha, pero será allí cuando haya que ocuparse del problema. Si los católicos, con nuestra queja sobre el pensamiento de un grupúsculo, lo convertimos en trending topic, estamos en realidad ayudando a que lo extremadamente minoritario se vuelva mayoritario.


Ahora bien, lo que sí creo que ocurre es que algunos católicos confunden lo que se nos reprocha: el laicismo, en general (dejo fuera esas opiniones que ya dije son, a mi entender, extremadamente minoritarias) lo que pretende no es que el católico no participe en la vida publica, sino que no pretenda que los principios que rigen la vida pública provengan de otra fuente que no sea la misma vida pública. El laicismo se opone a la heteronomía en la que se transforma la ley en manos de creyentes que consideran que las conductas derivadas de sus creencias deben ser, por un imperativo intrínseco y por tanto desgajado de lo que piensen los no creyentes, e incluso otros creyentes, válidas para todos.

Es exagerado y molesto que algunos laicistas, cuando ven una cruz en un espacio público, se sientan "ofendidos". Pero no podemos negar que con bastante frecuencia muchos católicos señalan las miríadas de cruces que pueblan el espacio público y dicen "[España][Italia][Europa][América] es católica".
Como no hay ningún pagano que, cuando ve una estatua de Apolo, de las cientos que hay en Europa, diga que "Europa es de Apolo", ni mucho menos que pretenda que los principios de la religión apolínea rijan Europa porque en ella han quedado como vestigios de otras época cientos de estatuas que han tenido significado religioso, entonces tampoco hay ningún laicista que se sienta ofendido por la presencia de estatuas de Apolo en el espacio público.
El problema del laicista con algunos creyentes -no con la religión católica, pero sí con los muchos que vociferan en su nombre en internet- es el de la práctica civil, de dónde tomar las leyes, no el de la teoría religiosa.

Se me ocurre una objeción a esto: cuando un violador mancilla a una jovencita, antes decían algunos "es que tal como iba vestida...", o cuando los regímenes dictatoriales hacían desaparecer personas "es que algo habrán hecho", y con eso se trasvasaba la culpa del culpable a la víctima. Entonces quizás se podría pensar que yo estoy realizando el mismo procedimiento: los laicistas se quejan del modo de participación de los [algunos] católicos en la vida pública, y en vez de echar broncas sobre los intolerantes laicistas, las hecho sobre la víctima inocente: el pobre católico que no le dejan expresar lo que piensa, en un pool de opiniones donde cada uno dice lo que le parece... menos nosotros, claro.

No niego que la sensibilidad de algunos laicistas está exacerbada.... ay! siempre hay "algunos", en todo. Pero en conjunto, no creo que se me pueda reprochar cargar la culpa sobre la víctima inocente: en la jovencita mancillada no hay relación intrínseca entre la ropa que lleva y que tenga que ser violada, en el activista no hay relación intrínseca entre las ideas que sustenta, y que deba ser sometido a vejaciones, humillaciones, y una muerte infame y horrible.
En cambio, hay una relación intrínseca entre la democracia tal como la entiende el laicismo, es decir, como un espacio público autofundamentado (auto-nomos), y alguien que pretende que ese espacio público funcione heterónomamente, tomando su ley de otra fuente que, para colmo, pretende que sólo quien cumple determinadas condiciones místicas puede conocer.

Yo no sé si cuando la vida pública estaba fundada en un Dios trascendente las cosas funcionaban mejor o no; a mí me parece que el hombre siempre funcionó más o menos igual: "tan harto que hay para algunos / y para muchos nadita", como dice el poeta, o como dice el Apocaleta: "un litro de trigo por 15 euros y tres litros de cebada por 15 euros, pero al aceite y al vino no hagas daño". No hemos resuelto el asunto fundamental de la justicia, incluso de la meramente distributiva, pero eso no implica que nuestra época no tenga exactamente el mismo derecho que cualquier otra de intentarlo con sus principios, con su autonomía llevada tan lejos como se pueda llegar, y de ser juzgados, como todas las demás épocas de la historia, por la historia, no por un grupo que en nombre de unos principios que -dicen, con bastante poca convicción- funcionaron en el pasado, rechazan los principios por los que funciona el presente.

¿Y mientras tanto los católicos qué pueden hacer? ¿qué podemos hacer? Considero -y es parte de mi vida, no una teoría- que se puede perfectamente admitir los principios de laicicidad, es decir, la auto-nomía de la sociedad como norma suprema, manteniendo la fe en el Dios trascendente, y ejerciendo sobre esa sociedad una presión de cambio intrínseca, no una presión externa (es decir: según los principios que modelan mi conciencia), sino según principios que deben primero ser válidos en las coordenadas admitidas por todos.

Paul Ricoeur lo dice de manera admirable
«La predicación cristiana no opera directamente sobre los hombres, las instituciones o los acontecimientos, sino que lo hace por medio de su demanda utópica ejercida sobre la moral de responsabilidad reglamentada en base a lo posible y lo razonable.» (Las ciencias humanas y el condicionamiento de la fe)

Aprender a ejercer presión sin pretender importar principios que requieran otra cosa que lo posible y razonable dado en la vida en común. Todo un programa de vida política, al alcance de cualquier católico.

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