jueves, 17 de octubre de 2013

El día después

A Francisco no le basta mi «acogida sin reservas ni condiciones», él quiere saber qué pasa «el día después». Ya está, le hemos abierto los brazos sin condiciones a Raúl y Alberto, ya entran (de la mano, of course) a la comunidad cristiana... pero ahora qué? ¿les decimos que las relaciones homosexuales son buenas (así les demostramos que estamos aggiornados), o son indiferentes (así se quedan), o que comiencen a cuestionarse un cambio, porque han sido perdonados, pero bueno, bueno... que no se repita, si no nos veremos obligados a decirles que salgan por donde vinieron?

El "día después" es algo problemático para todos, para los que nos acogemos al perdón, y para los que tenemos en manos el decidir en nombre y con la potestad de Dios, pero con la pobreza de los medios humanos, cuál es la voluntad de Dios sobre este hombre que soy yo mismo, sobre esta comunidad de la que formo parte, "lo bueno, lo agradadable, lo perfecto" (Rom 12,2). Unos y otros sujetos somos fundamentalmente los mismos.

El criterio del Evangelio no es escoger un acta fundacional, una "constitución", y ser coherentes con esa letra, sino "transformarnos en la renovación de la mente". Por tanto no hay un día primero permisivo y un día después normativo.

Hay más bien un día del anuncio en el que recibes la invitación a formar parte de una comunidad dispuesta a transformarse por la renovación de sus criterios mundanos y exteriores, y unos días en los cuales se va experimentando esa transformación en diálogo con la experiencia personal, la de la comunidad (que incluye la experiencia histórica de la Iglesia), y, sobre todo, la confrontación con el evangelio.

No pretendo que esta respuesta no suene ambigua (sobre todo a los que están acostumbrados a pensar la vida por normas y leyes); incluso a mí me tiembla el suelo cuando me planteo la fidelidad al evangelio como una renovación permanente de la mentalidad, de la mirada, una permanente "metanoia" (conversión, pero literalmente: cambiar la cabeza).

Tú me dices que las relaciones homosexuales no son ni deuda ni no deuda, sino que son indiferentes. No me lo preguntas sino que me lo afirmas, ¿entonces para qué quieres mi respuesta? Y si, por otra parte, yo te dijera que no, que son malas (o si te dijera que son buenas) ¿de qué serviría tal respuesta? sólo tranquilizaría al que cree que tiene que renovar su mente de acuerdo a unos códigos preestablecidos, o a aquel que está experimentando lo bueno o lo malo, y mi palabra concuerda con su experiencia.


Cuando estaba estudiando el tema de "arsenokoites" en la Biblia (el neologismo que mencioné en el post anterior) tuve oportunidad de leer varios textos exegéticos de la cuestión de la homosexualidad en la Biblia; algunos más convincentes que otros, obedecían en general a dos series argumentales: los que querían mostrar que la Biblia "condena" la homosexualidad, con su consabida secuencia de Sodoma, Levítico, Romanos, Corintios, Timoteo; y los que querían mostrar que no la "condena", para quienes la mención de Romanos 1, tan inexcusablemente explícita, es realmente un problema.
Lo curioso es constatar que por más que las dos series argumentales estén en las antípodas en cuanto a su intención, a las dos las mueve un mismo espíritu: para que la Biblia diga algo, alguien tiene que quedar excluido. Pero nunca yo, siempre el Gran Bonete.

Respecto de Romanos 1,26-27 explica Justin R. Cannon, teólogo de la homosexualidad:
«Los hombres acerca de los que Pablo escribió, según él explica, tenían lo que a su respecto era, relaciones naturales con mujeres. Básicamente, diríamos hoy, que eran hombres heterosexuales, -hombres que naturalmente sentían atracción sexual por mujeres-. Estos hombres, como vemos, volvieron las espaldas a sus esposas y se consumieron de pasión unos con otros. Las mujeres en el pasaje hicieron lo mismo. Pablo no habla acerca de personas que han sentido atracción hacia personas del mismo sexo desde una edad temprana, que es el caso de la mayoría de los homosexuales hoy en día; sino de hombres que dejaron las relaciones con mujeres, que fueron llenos de lujuria y pasiones idólatras, y se envolvieron en relaciones homosexuales.» (La Biblia, El Cristianismo, y La Homosexualidad, pág. 24)
Reconozco que en contexto este párrafo suena menos infantil que citado aquí aisladamente, pero no deja de decir lo que dice, esto es: los excluidos son los otros, el pasaje excluye a alguien, pero no a mí. Sólo que los teólogos de la heterosexualidad dicen «incluye a todos los 'normales' [a mí], excluye a los homosexuales [los otros]», mientras que los teólogos de la homosexualidad dicen «incluye a los homosexuales [a mí], pero excluye a los promiscuos [los otros]».
Desde un punto de vista exegético es posible que en la disyuntiva, esta lectura tenga más razón que la anterior, y que si hay que excluir a alguien en base a esto, sea a los promiscuos. Pero la cuestión no es esta, sino el hecho de que leer la Biblia parece que deba ser el acto de exclusión religiosa fundado en reglas exegéticas.

Wolfhardt Pannenberg, en un breve ensayo (que conseguí en portugués, traducido del inglés, de un original alemán...) titulado «¿Deberíamos apoyar el casamiento homosexual?» señala con mucha contundencia un aspecto que no debemos olvidar en ningún momento de la discusión:
«Las afirmaciones bíblicas sobre la homosexualidad no pueden ser relativizadas como expresiones de una cultura que hoy está ya superada. El testimonio bíblico era deliberadamente opuesto a la cultura circundante, en nombre de la fe en el Dios de Israel que, en la creación, designó al hombre y a la mujer para una identidad especial.»

Todo puede ser discutido, y es bueno que lo sea, pero nuestro límite no puede ser lo que sentimos, lo que se lleva, lo que dice el Código de Derecho Canónico, o los códigos "del mundo", nuestro límite es sabernos juzgados una y otra vez por una Palabra que -con toda la relatividad de los métodos humanos de lectura- viene de Dios, y da un designio creatural. No una «ley natural» (sea lo que sea que ese sintagma signifique), sino una voluntad de Dios en su proyecto creador.

Yo creo firmemente que el designio creatural del hombre es heterosexual, creo firmemente que Jesús nos cargó -en nombre de ese designio creatural- con el pesado yugo de un ideal de matrimonio heterosexual, monógamo e indisoluble1.
Creo también que no se hubiera hecho mucho problema (¡que de hecho no se lo hace!) de que en su comunidad hubiera divorciados en uniones irregulares, parejas homosexuales, etc, y cada tanto algún matrimonio bien avenido como para que tengamos en cuenta de que "la perfección se logra en esta vida" (el verso es de Hölderlin). Lo único que -sigue siendo mi opinión- no admitiría, es gente que en nombre de él crea que tiene un palmo más de mérito que los demás, sea porque es homosexual y está aggiornado, sea porque es "ortodoxo" y se conoce los cánones a la perfección:
«Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas» (Rom 2,1)

Entiendo la vida cristiana -personal y comunitaria- como un camino, y en un camino se transita. No hay entonces, un "día después", o bien todos los días son después.

¿Tú no ves que la sexualidad humana tenga una significación, que va más allá de los actos singulares, que va más allá de lo bien o lo mal que uno "se siente"? Bueno, nadie te puede obligar a ver eso. Creo yo que en algún momento lo verás, o yo veré lo contrario. Es la práctica de la fe, la práctica de la comunitariedad de esa fe, la práctica del contacto vivo e interrogante con la Palabra de Dios y con la Carne de Cristo lo que llena el gran día después, no lo que veas, o yo vea, o estemos convencidos de antemano, aunque tengamos muchos argumentos.

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1 Lo que no quiere decir que yo crea que yo mismo soy capaz de todo eso a la vez, ni, sobre todo, que piense que las leyes civiles deben reflejar eso. En particular respecto de esto último, cada vez soy más favorable a la completa autonomía del mundo civil para establecer esas cuestiones.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tu completa respuesta.
    Honestamente, yo pregunto porque "el deber llama" (véase http://www.xkcd.com/386/) y tú eres un católico musculoso que no va a decir tonterías. Esto no quita que el diálogo probablemente tenga provecho para nosotros o para quien pase por aquí.
    Afirmas que "el criterio del Evangelio no es escoger un acta fundacional, una "constitución", y ser coherentes con esa letra..."
    Después afirmas que la Palabra de Dios entrega un designio creatural que incluye "un ideal de matrimonio heterosexual, monógamo e indisoluble"
    A mi me parece que ese designio creatural hace las veces de constitución.
    Jesús no decreta sus mandamientos unilateralmente, sino que propone a la conciencia humana actuar como espejo del obrar del Padre, como sus hijos. Tu ideal de unión heterosexual es unilateral, no tiene paralelo en la persona del Padre que nos trajo Jesús. No se verifica este designio en el obrar de Dios, como sí se verifica el perdón o la virtud de la pobreza, por ejemplo. ¿Porqué deberíamos sostenerlo nosotros? ¿Cuáles son sus fundamentos?

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    1. Gracias por lo de "católico musculoso" (aunque con reuma en la rodilla derecha, todo hay que decirlo :-) ).
      No estoy muy seguro de haber entendido lo que dices al final. Me resulta interesante, pero no sé si entendí bien: «No se verifica este designio en el obrar de Dios». ¿Me podrías aclarar un poco la idea?
      Hay mucha tela para cortar en eso, si es que lo entendí.

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