domingo, 3 de noviembre de 2013

Presa de su infalibilidad


Jorge apuntaba esa expresión en un comentario al post anterior, sobre la "excomunión" de los divorciados en uniones irregulares. Lamentablemente, ese autoahogamiento por no querer reconocer errores le pasa bastante seguido a la Iglesia. De hecho, se nos pide a los creyentes individuales que superemos la humana vergüenza para declarar a Dios nuestros pecados, incluso los más ocultos, pero la propia Iglesia sigue la norma de "sostenella no enmendalla", es decir, frente a un error, mejor buscar justificaciones y echar palante, que reconocer con sencillez que se ha equivocado el rumbo en la comprensión de tal o cual palabra divina, y que se va a cambiar, enmendar y volver a empezar. No hablo de dogmas, sino de prácticas, y de enseñanzas que no son dogmas.

Un ejemplo: los diez mandamientos. El Catecismo actual hace un hermoso exordio antes de desarrollarlos uno por uno, donde habla de cómo esa ley expresa la voluntad misma de Dios a través de la metáfora de mandamientos escritos "por el dedo de Dios", a diferencia de los preceptos mosaicos, que en definitiva son humanos y han sido derogados (CIC 2056). Menciona los sitios de la Escritura (Ex 20 y Dt 5) donde pueden leerse, hace una interesante catequesis bíblica sobre ellos, y remite a la tradición constante con la que la Iglesia los ha enseñado y exhortado a su cumplimiento (2057-2063).

Tras esto era de esperar que de una vez por todas y tras quince siglos, la Iglesia se decidiera a arrumbar la versión de los diez mandamientos que fabricó san Agustín, y pudiéramos por fin recuperar los de Dios, que son, en definitiva, los "escritos con su dedo"; pero no: sostenella, no enmendalla, así que acto seguido dice:
«Desde san Agustín, los “diez mandamientos” ocupan un lugar preponderante en la catequesis de los futuros bautizados y de los fieles. [...] La división y numeración de los mandamientos ha variado en el curso de la historia. El presente catecismo sigue la división de los mandamientos establecida por san Agustín y que ha llegado a ser tradicional en la Iglesia católica.» (2065-2066)

Hay algunos problemas de texto en los mandamientos, que hacen difícil su división:
-El primero y más importante según Jesús: «amar a Dios sobre todas las cosas», no está en ninguna de las dos series, Ex y Dt, sino que es la síntesis del "credo" deuteronómico, la Shemá (Dt 6,4-9).
-Para que los de Éxodo y Deuteronomio sean diez, hay que dividir el texto considerando un mandamiento al que está referido al culto de los falsos dioses (Ex 20,2-3; Dt 5,6-7), y otro al que se refiere a la prohibición de las imágenes (Ex 20,4-5; Dt 5,8-9). Esa es, posiblemente, la división original.
-Pero al introducir el «Mandamiento principal» en los diez, hay que reorganizar la serie: se lo tenía muy fácil, bastaba con juntar el primero y segundo (ídolos e imágenes), con lo cual ya quedan 9, a lo que se podía añadir al principio el del amor a Dios, que es fundamento de todos.
-Eso daría esta serie, con cuatro referidos a Dios y seis al prójimo:
  *Amarás a Dios sobre todas las cosas
  *[Sólo a él darás culto (síntesis del de los falsos ídolos y el de las imágenes)]
  *No tomarás el nombre de Dios en vano
  *Santificarás sus fiestas

  *Honrarás padre y madre
  *No matarás
  *No cometerás adulterio
  *No robarás
  *No levantarás falso testimonio ni mentirás
  *No codiciarás los bienes ajenos

Sin embargo, primó en este caso el "espíritu de geometría", y a san Agustín no le cerraba que fueran 4 referidos a Dios y 6 referidos a los hombres, se le daba mejor 3+7, así que los sintetizó así:

«[...] el decálogo, es decir, los diez mandamientos. Uno de ellos ordena el culto de Dios; el segundo prescribe: No tomes en vano el nombre de tu Dios; el tercero se refiere a la observancia del sábado, que los cristianos cumplen espiritualmente, mientras los judíos lo violan carnalmente. Estos tres mandamientos se refieren a Dios, y los siete restantes a los hombres, en atención a los dos más importantes: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas. Puesto que son dos los mandamientos fundamentales, tres preceptos del decálogo remiten al amor de Dios, y los siete restantes al amor del prójimo. ¿Cuáles son los siete relacionados con el hombre? Honra a tu padre y a tu madre, No adulterarás, No matarás, No robarás, No dirás falso testimonio, No desearás la mujer de tu prójimo, No codiciarás sus bienes» (sermón 248,4, pero lo repite en distintas redacciones en varios escritos).

¿Qué hizo para conseguirlo? Nótese que él no pone el «Mandamiento principal» como cabeza de la serie, sino que considera a los tres primeros como expresiones de dicho mandamiento, pero para que le queden tres, elimina uno de los cuatro, el referido a las imágenes, considerando que está contenido en el del culto, y desdobla el de la codicia, el último, separando el aspecto del deseo sexual de la mujer ajena (9) del deseo de poseer lo ajeno (10), que no está divididos en absoluto en el Decálogo bíblico, ya que la cuestión matrimonial/sexual está cubierta por el sexto, y el 10 sólo se refiere al deseo de posesiones. Una división sutil y significativa la de san Agustín, pero que se carga el texto, y -creo yo-  también el espíritu de la ley, al introducir un mandamiento desdoblado que cae fuera de la expectativa del Decálogo, y eliminar uno que estaba muy en consonancia con ese espíritu.

En fin, cargarse la letra y el espíritu, para conseguir la geometría. San Agustín, que escribió miles de páginas, metió la pata en varias, como tiene que ser, como le ha pasado a toda persona que escribe mucho. Su enorme autoridad hace que uno se lo piense antes de declarar que algo que dice san Agustín está equivocado; me parece muy bien. Pero no sé de ninguna promesa de Jesús de infalibilidad a San Agustín, y 15 siglos de pensarse el asunto posiblemente sean más que suficientes como para que la Iglesia pueda, con la libertad de saberse humana y errante, decir con sencillez: "antes se enseñaban los mandamientos de tal manera, por la enorme autoridad de san Agustín, sin embargo, deseamos retomar la Biblia en su puridad, ya que precisamente el único fundamento que hay para no considerar abolidos los diez mandamientos son su expresión bíblica, son que provienen "del dedo de Dios"; los mandamientos de la Ley de Dios son, por tanto...." ¡y ya está! nadie se va a morir porque alguna vez reconozcamos una metedura de pata.

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