jueves, 7 de noviembre de 2013

Una moral tuiteable

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Albert Camus. No creo que pase día sin que recuerde algo de él, pero un aniversario es siempre un aguijón para pensar un tema más concentradamente.
En uno de los últimos post citaba una frase del ensayo "El destierro de Helena", un magnífico escrito incluido en "El Verano". Casi al final de ese mismo breve texto hay una frase en la que plantea las bases de una «moral humanística» que pueda hacer frente al embate de izquierdas y derechas, de ideologizados de cualquier especie (incluyendo claro está -y son los que más me interesan- los ideologizados en nombre de Cristo).
Tuiteé esa especie de moral básica esta mañana: «La ignorancia reconocida, el rechazo del fanatismo, los límites del mundo y del hombre, el rostro amado, la belleza en fin». ¡Todo el humanismo pueda caber en menos de 140 caracteres!, no hay excusas para el odio. Lo bueno es que toda esta moral empieza en uno mismo, no en el error del de enfrente, sino en el propio.

-la ignorancia reconocida; saber que no se sabe, que el otro es siempre portador de alguna verdad nueva. Y cuando digo el otro no me refiero a Gandhi y la Madre Teresa solamente, sino también a Belén Esteban entre los idiotas, y a Hitler entre los malvados. Los límites del rechazo personal están en las lindes de la verdad que el otro inevitablemente trae, mal que me pese. En este valor están contenidos y en germen todos los demás

-el rechazo del fanatismo; viene inevitablemente de atisbar, o de al menos disponerse a hacerle lugar a ese mínimo de verdad que pueda venir en el otro. El fanatismo acecha siempre, incluso la causa humanista puede abrazarse fanáticamente; acecha en uno mismo, y hay que estar vigilantes, y acecha en los demás, y hay que aprender a rechazarlo delicadamente pero con no menos firmeza.

-los límites del mundo y del hombre; los límites no son solamente cercos que negativamente marcan un freno a la audacia del hombre, también crean el espacio acotado en el que nuestra finitud puede expandirse lo suficiente como para abrir esos límites de manera creativa.

-el rostro amado; no hay mayor revelación de la verdad que el amor que se profesa a otros y en otros. Aunque parezca por momentos que la verdad es cosa de "concordancia entre la cosa y el intelecto", realmente jamás se alcanza esa concordancia si no concuerda primero el corazón con ello. Nada hay en el intelecto que no haya estado antes en el corazón; y esto no rige solo verdades de valor moral, afectivo, subjetivo, o como se las quiera llamar, ¡hasta para conocer una mesa cambia la facultad perceptiva según las condiciones de nuestro corazón! Por mi parte, jamás habría conocido la verdad del humanismo -tan ajeno a nuestras tendencias de homo lupus- si no hubiera amado primero a Camus, jamás habría descubierto el secreto lenguaje del ser en las cosas caducas si no hubiera comenzado por amar a Heidegger, o amado las mediaciones si no hubiera primero amado a Ricoeur; y estos son solo tres autores-ejemplo a los que amo de manera especial, pero el principio del rostro amado se aplica a cada mínimo descubrimiento, adhesión, compromiso: uno cree que adhiere a tal o cual gran principio -sí, incluida la fe- porque la "lógica" de ese principio se le manifestó, pero en realidad adhiere porque se le reveló en el amor de alguien que adhiere o adhería a él. Esta es la razón por la que los argumentos lógicos, incluso en las cosas más "lógicas" fallan de manera inevitable, ¡la infantil apologética de querer "demostrar la fe" con "pruebas de la existencia de Dios"! El mismo Camus cuenta (aunque ahora no recuerdo dónde) que tuvo que ejercer una especial delicadeza narrativa en La Peste para poder hablar contra la fe cristiana -en la que no creía- pero sin lastimar a sus amigos cristianos, a quienes amaba. Cualquiera puede ver que finalmente se impuso la verdad del rostro amado, y la "crítica a la fe" de esa novela, como del resto de su obra, lejos de rechazar la fe, ayuda a vivirla en una mayor pureza, a desideologizarla.

-la belleza en fin; el gran principio del que nace el humanismo es que ser, verdad, bondad se manifiestan al hombre como belleza. Todo eso que es finito, caduco y poco permanente para merecer nuestro amor (no el Ser sino los seres), todo aquello a lo que el análisis lógico le encuentra siempre un "pero" (no la Verdad sino las verdades), aquello que aunque sea bueno, excluye a algo y a alguien y deviene mera ley (no la Bondad sino las cosas buenas); todo eso que no es Dios y no puede conceptuarse como ser, como verdad, como bondad, pero participa de manera inenarrable del propio Dios, se nos muestra a los hombres como belleza. Porque la belleza (cuyo nombre precisamente deriva de bellum, guerra) no niega ninguna tensión, ninguna lucha, ninguna fatiga. La belleza no es tranquila, y sin embargo alcanza la serenidad.

La ignorancia reconocida, el rechazo del fanatismo, los límites del mundo y del hombre, el rostro amado, la belleza en fin, ése es el terreno en el que volveremos a reunimos con los griegos. En cierta manera, el sentido de la historia de mañana no es el que se cree. Está en la lucha entré la creación y la inquisición. Pese al precio que hayan de pagar los artistas por sus manos vacías, se puede esperar su victoria. Una vez más, la filosofía de las tinieblas se disipará por encima del mar destellante. ¡Oh pensamiento del Mediterráneo! ¡La guerra de Troya se libra lejos de los campos de batalla! También esta vez los terribles muros de la ciudad moderna caerán para entregar, «alma serena como la calma de los mares», la belleza de Helena.

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