viernes, 28 de marzo de 2014

Misión en Valencia


El obispo de Valencia lanzó por segundo año una misión por toda la diócesis, como parte de la «nueva evangelización». Se trata de tres días en los que viene un sacerdote de otra parroquia a predicar sendas charlas de una hora, aproximadamente, con un tema pautado cada día. El sentido de esas charlas viene resumido en una oración impresa para cada prédica en un folleto que se reparte al comenzar. Este año eran tres frases referidas a la Virgen: «Hágase en mí según tu palabra», «Haced lo que él os mande» y «Aquí tienes a tu Madre». Digamos que los tres títulos dan prácticamente hechas las tres prédicas. Hay una cuarta que la da el propio obispo, pero van las parroquias hacia un sitio de encuentro. En el caso de mi parroquia será esta noche.

La iglesia estaba llena, y el primer día, por completo, al punto de que no alcanzaron los folletos enviados por la diócesis. Desde el punto de vista numérico fue un éxito, había la misma cantidad de gente que en una misa bien concurrida.

La contracara de esto es que se podía tomar lista, es decir: todos los que estábamos conocíamos al de al lado. Toda gente de la parroquia. La sensación es como cuando los de la iglesia evangélica «Tal» llenan un estadio: lleno total, pero están todos los que son. También aquí, la misión parroquial consistió en reunir a todos los convencidos, y predicarles para convencerlos.

Eso es tomar la palabra «misión» en un sentido no inmediato. Este año no me sorprendió, pero -ingenuo de mí- el año pasado pensé que habíamos vuelto a los tiempos de san Vicente Ferrer, y vendría un cura a pararse en la Plaça del poble de mi pueblo, haría algunos milagros, y con su encendido verbo conseguiría hacer volver a muchos al redil. Pero esta nueva evangelización va a lo seguro, dentro del redil no hace falta milagros...

De todos modos, puesto que todos necesitamos convertirnos siempre, no está mal que vengan a convertir al hermano mayor. El problema fundamental es cuando el planteo de la predicación se dirige al hermano menor, y habla de los problemas del hermano menor, y uno se queda ahí escuchando de la importancia de ir a misa los domingos, cuando va todos los días, domingos incluidos.

No puedo decir nada malo del sacerdote que vino a predicarnos: tenía sus charlas preparadísimas, era afable, no dijo tonterías, y dentro de lo que cabe, y sin que consiguiera interesarme en el fondo, no aburría. Pero es el fondo el problema, el hecho de hacer una misión en el coto cerrado de una parroquia. Una señora de la parroquia me lo resumió a la salida de la primera noche en tres palabras (+ una interjección): «bah! siempre lo mismo».

¿Pero podría salir bien una «misión» así? Pienso que sí, si se parte de antemano que es una misión «ad intra», y no «ad gentes», y se incide en los problemas específicos del hermano mayor. ¿Cuáles son esos problemas? Varios, y todos necesitados de conversión: culto rutinario, acostumbramiento, sensación de superioridad respecto del mundo, confundir el saber bien el libreto con tener experiencia de Dios, hiperactivismo parroquial, exhibicionismo religioso... ¡si hay para convertir!

Solamente el tema de «sensación de superioridad respecto del mundo» sería un tono de fondo muy necesario para una misión así. En las charlas que se dieron nos hablaban de la escena de la anunciación cargando las tintas en el ejemplo de María, de lo dispuesta que está a hacer la voluntad del Señor; se supone que eso debía despertar en nosotros el deseo de hacer la voluntad del Señor. Pero ocurre que -aunque el infierno pueda estar empedrado de buenas intenciones- el que va a una parroquia y participa en su vida, ya tiene la intención de cumplir la voluntad del Señor, y cree estar en camino de ello, así que el ejemplo de María sólo nos confirma en lo guapos que somos.

Si lo que se quiere es «misionar», «convertir», provocar un giro en la conciencia religiosa del oyente, quizás lo que hay que cargar es en que María es una muchacha religiosa, creyente, practicante, al igual que todos los «hermanos mayores» que escuchamos la misión. María no se pone en camino de la voluntad del Señor cuando viene el ángel: más bien el ángel la descoloca, la obliga a dar al traste con lo que ella cree que es la voluntad de Dios, y le asigna una nueva tarea inesperada, y en cierta medida humillante (aunque el fondo sea glorioso). Y tras el ángel, el propio Jesús la obliga a replantearse su maternidad: «El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre»; es decir que, cuando María ya se podía haber acomodado a admitir rutinariamente la novedad traída por el ángel, en medio del camino de su vida, Jesús la obliga a resignificar la palabra «madre» para poder seguir siendo su Madre.

Esa tarea de admitir la desestabilización que viene de Dios, la resignificación de todo lo que nos rodea y nos permite sentirnos seguros (pero a la vez nos expone a la superioridad y la vanidad) debería ser, creo yo, el contenido mismo de la vida de María visto desde el hermano mayor. No hay en ello lugar para regodearse en la mieles pasajeras de la retórica, hay mucha tarea por hacer, hay mucho que entender del mundo en el que vivimos, hay mucho que valorar, que aprender, que recibir como señales de Dios en él.

Dios no ha dejado de hablar con su mundo, somos nosotros, los «hermanos mayores» los que hemos dejado hace dos siglos de hablar con él, y ya no entendemos su lenguaje. Necesitamos el mazazo que nos despierte, no la caricia que nos complazca. No una palabra que nos cuente lo mal que está todo, tampoco una que pretenda endulzarlo, sino una mirada religiosa que ayude a comprenderlo. Cuando eso ocurra, quizás la palabra «misión», y la expresión «nueva evangelización» sean pertinentes.

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