martes, 10 de junio de 2014

Opiniones


Por distintas circunstancias me he dado una seguidilla de blogs católicos... cuánta razón la de Hernán en un tuit, que decía algo así como que es útil visitar blogs católicos, porque te hace más tolerante con los que no quieren tener nada que ver con nosotros. Leyendo algunos blogs católicos, casi dan ganas de no tener que ver con esta fe, con esta Iglesia, con lo que soy: un católico.
Ya comenté la semana pasada el que se inventó un canon del Código de Derecho Canónico que -según él- mandaba no bautizar a niños cuyos padres no fueran buenos católicos. Esta semana veremos el que se inventó una definición de historicidad fundamentalista de los evangelios, cortando, pegando y traduciendo según necesidad pedazos del nº 19 de la Dei Verbum.
En realidad estamos en un mundo hecho de palabras, y en el reino de las palabras soy consciente de que estos blogueros tienen el mismo derecho que cualquier otro a entender las cosas a su manera, incluso si necesitan para ello inventarse textos inexistentes o retorcer otros textos hasta hacerles decir lo contrario... ¿quién soy yo para decirles lo que tienen que pensar? son opiniones, eso precisamente, no más, aunque tampoco menos. Con ser opiniones está muy bien. El problema es cuando esas opiniones se transforman en condenas y exclusiones de los que tienen otras opiniones también fundadas a su manera, o que simplemente no admiten estas hermenéuticas enloquecidas. Es ahí cuando el "derecho a entender lo que se les ocurra" se transforma en peligroso.

Hace un par de domingos fue la solemnidad de la Ascensión, entonces el P. José María Iraburu escribía en su blog de Infocatólica un artículo demoledor sobre las hermenéuticas no literalistas (o lo que él entiende por no literalistas) de la Ascensión. Así, trae dos ejemplos de "negadores de la ascensión", Olegario González de Cardedal y José Antonio Pagola, como representantes de una pléyade de teólogos corruptores de la fe.
No digo que este argumento sea de gran peso, pero el hecho de que González de Cardedal sea premio Ratzinger de Teología, y que ese premio se lo haya entregado el propio papa Benedicto XVI debería decir algo respecto a la ortodoxia del autor. Sí, sí, ya sé, no es decisivo, pero creo que es un elemento que debería tenerse presente.
Veamos de este teólogo el texto criticado por Iraburu:
«Esa condición escatológica y esa significación universal, tanto de la muerte como de la resurrección de Jesús, es lo último que quieren explicitar estos artículos del Credo. No son hechos nuevos, que haya que fijar en un lugar y en un tiempo… Por tanto, en realidad, no hay nuevos episodios o fases en el destino de Jesús, que predicó, murió y resucitó. Carece de sentido plantear las cuestiones de tiempo y de lugar, preguntando cuándo subió a los cielos y cuándo bajó a los infiernos, lo mismo que calcularlos con topografías y cronologías»
Los énfasis en el texto son del propio Iraburu, que parece que ve en esas expresiones una negación de la ascensión.
Los evangelios no son unánimes en la narración de la ascensión: Mateo dice abiertamente que Jesús está con nosotros (Mt 28,20), y no menciona ninguna ida al cielo; Marcos dice apenas, sin nada que rodee la escena, que fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios (Mc 16,19); Lucas narra dos veces la ascensión con diferencias de detalle (Lc 24,50ss y Hech 1,4-12), y Juan, aunque menciona la necesidad de Jesús de "volver al Padre" para consumar su obra y poder enviar el Espíritu, no narra propiamente tal ida (Jn 16,18 y otros). 
Aunque el tema de que Jesús no está visible entre nosotros es común a los cuatro, el único que propiamente desarrolla una escena como la ascensión es san Lucas. Esto nos tendría que poner sobre alerta de que lo menos relevante en esa cuestión es que Jesús "salió volando".
Por otra parte, la expresión misma "ascensión" está vinculada a una imagen del mundo que, nos guste o no, simplemente no es la nuestra: nuestra representación del mundo no tiene un arriba y un abajo, Dios no está arriba ni los infiernos abajo, y nosotros no estamos en medio. Eso no depende de la voluntad de cada uno, se trata de una representación cultural común a todos. Para nosotros la metáfora de que Dios está "en el cielo" es eso: una metáfora. Valiosa, preciosa, irreemplazable en el lenguaje poético que utiliza el culto, pero una metáfora. Por tanto la ascensión es parte de la gran metáfora: Jesús no subió ni bajó a ningún "lado", porque la idea de un "lado" donde esté Dios es para nosotros -si no se la entiende como metáfora- un absurdo lingüístico. Como dice el viejo catecismo "Dios está en el cielo, en la tierra y en todo lugar"... es decir, carece de sentido ponerse a discutir si Jesús salió volando o no: no está visible. Está, pero no lo vemos, y esa es la pregunta que, legítimamente, nos hacemos todos los creyentes de todos los tiempos: ¿por qué Jesús, que resucitó y vive, sin embargo no está visible? El símbolo de Mateo habla de una presencia que no se ve, pero acompaña a su Iglesia, el de Marcos de un poder que se ejerce en la predicación, el de Lucas de una fuerza con la que la Igelsia es investida "desde" lo alto, y san Juan de la venida del Paráclito "a cambio" de la ida de Jesús. Los cuatro, con mucha sobriedad, no exenta de imágenes muy potentes y poéticas, responden al creyente en su cuestionamiento. Tal como -siguiendo esas mismas directrices, aunque usando un lenguaje más alambicado, propio de nuestra época- hace el texto de González de Cardedal.

Pero para el P. Iraburu eso no es suficientemente ortodoxo: la ortodoxia no tiene nada que ver con las formas de narrar, con los problemas de lenguaje, y la Divino Afflante no ha sido escrita aun... la ortodoxia es literalidad, así que contra las elaboraciones de todos esos teólogos, Iraburu pone un texto que se supone clarísimo del Concilio Vaticano II que vendría a reafirmar el concepto de historicidad de los evangelios que maneja Iraburu. Veámoslo (cito literal):
–Dice el Concilio Vaticano II:
«La santa Madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la Ascensión [cf. Hch 1,1-2]… Los autores sagrados… nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de Jesús» (constitución dogmática Dei Verbum 19).
También en este caso los destacados (y recortes) son de Iraburu. Se supone que en esos destacados está la clave de por qué el texto de González de Cardedal debe considerarse heterodoxo.
Ahora bien, el problema es que el texto está recortado, y en cuanto le agregamos lo que le falta.... ¡pasa a decir lo contrario! es más: el texto de la Dei Verbum apoya precisamente la posición "heterodoxa" de González de Cardedal (y de Pagola, etc). Veámoslo completo (la traducción está tomada del sitio del Vaticano):
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4)

Es cierto que la traducción de este texto no es muy fina, no tiene en cuenta algunos matices importantes del texto latino... pero es mucho mejor que la que trae Iraburu, además de ser completa. 
El texto latino dice: que los evangelios... "fideliter tradere quae Jesus....", es decir: "fielmente transmiten lo que Jesús...". Grosso modo puede ser válido decir "fielmente narran", pero si se pretende apoyar en eso el concepto de historicidad, mal traducido está, porque no es lo mismo la narración, el relato, que aquello que la narración "trae", "comunica" (como dice la traducción oficial). Lo que la Iglesia garantiza no es la literalidad de la narración, sino lo que se comunica en ella. ¿Y qué se comunica? "lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo". La Iglesia garantiza que lo traído en los evangelios sigue siendo salvador, como lo fue para los apóstoles. Eso no explica todavía cómo debe considerarse la narración, pero nos pone sobre aviso de que la cuestión es bien difícil.

Ya con respecto de la narración hay dos aspectos:
1-Los apóstoles vieron esos hechos de Cristo a una nueva luz, la luz de la resurrección. Comprendieron en ella el verdadero sentido de lo dicho y obrado, y lo narraron "con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban". Dicho de otra manera más pedestre: no narraron como taquígrafos ni como videocámaras, sino como intérpretes que veían lo ocurrido en el pasado a la nueva luz aportada por un hecho posterior, la resurrección.
Todo este párrafo, tan importante, no está en la cita de Iraburu. Ahora bien, este párrafo muestra que la expresión de G. de C. no sólo es ortodoxa, sino preciosa: "en realidad, no hay nuevos episodios o fases en el destino de Jesús, que predicó, murió y resucitó." ¡La resurrección contiene la ascensión y la presencia actual de Jesús!

2-Además debe agregarse a la problemática de la narración la cuestión de los propios narradores, ¿contaron ellos las cosas como escritores autómatas, como documentalistas o algo parecido? De ninguna manera: sintetizaron, ampliaron, enfatizaron, acomodaron al público, etc. Pero, y nuevamente, esto es lo que garantiza la Iglesia, "siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús".
Otra vez una expresión hermosa, rica y profunda, desnaturalizada por una traducción tan tosca cuanto tendenciosa. Dice Iraburu (que no cita entera toda la frase, en particular lo referido a los procedimientos narrativos, que desmienten su concepto literalista de narración): "nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de Jesús". 
El texto latino dice "ita semper ut vera et sincera de Iesu nobiscum communicarent", ultraliteralmenmte: "de manera que siempre nos comunicaran [cosas] verdaderas y sinceras acerca de Jesús". La palabra "cosas" no está en el texto, pero en latín, cuando se usa un adjetivo en neutro plural, sin sustantivo al que calificar, se puede suplantar la palabra "cosa"; por ejemplo, si digo "trahunt magna" puedo entender "traen [cosas] grandes": si la índole de nuestro idioma requiere un sustantivo, se puede suplantar... pero Iraburu no suplanta, sino que inventa que esas "cosas" tácitas son "datos". Y la palabra "dato" es perfecta para expresar un concepto fundamentalista de la literalidad del evangelio... el problema es que no está en el texto, y no se puede suplir el sustantivo faltante con lo que a cada uno le venga bien según su peculiar teoría.
Por otra parte, la expresión "cosas verdaderas y sinceras" posiblemente deba entenderse como lo ha hecho la traducción oficial, con cierta finura, como una hendíadis: "verdaderas y sinceras": la verdad sincera.
¿Qué hace allí la palabra "sincero"? ¿qué tiene que ver con todo esto? precisamente porque el Concilio reconoce -como lo hace cualquier exégeta con un mínimo de formación- que los evangelios no pueden ser tomados como "datos" en el sentido historiográfico; pero sin embargo son históricos en un sentido absolutamente fundamental y profundo; entonces frente a la idea de una verdad "factual", hecha sólo de lo exterior visible, pone la auténtica verdad del evangelio, que incluso cuando no cuente los hechos como una filmación, en todo lo que cuenta penetra la verdad de la persona de Jesús, y nos transmite por medio de narraciones su salvación. En este sentido la "verdad" de estas narraciones no puede ser juzgada por el "trabajo" al que han sido sometidos los datos, y que tiene que ver a la vez con la inteligencia aumentada de los apóstoles tras la pascua, así como con las necesidades de los narradores y de su auditorio, sino precisamente por aquella transmisión profunda que no deja de ocurrir en estos cuatro relatos, aun cuando aparentemente se contrapongan entre sí.



No hay comentarios:

Publicar un comentario