martes, 30 de septiembre de 2014

La carta de Reig Plá, el «gaymonio» y otras cuestiones que dan que pensar...

Con el traído y llevado asunto de la abortada ley Gallardón, hubo en la red opiniones de toda clase. La ley parecía hecha a la medida de las exigencias provida católicas (a la medida de mínimos, ya sé, porque somos inconformables), pero como los provida en España somos una auténtica minoría, la ley cayó antes de levantarse.
El PP había prometido vagamente revisar la Ley Aído, una ley del aborto hiperpermisiva, es más: de activa promoción del aborto. Se le encargó a Gallardón la revisión de la Ley, e hizo una que gustaba a esta minoría (como digo: gustaba de mínimos, pero gustaba).
Con una mano en el corazón: Gallardón no hizo lo que el gobierno le pidió, que era revisar un poco a la baja la Ley Aído, lo que hizo fue contraponer a la Ley Aído otra Ley que partía de otro principio, no del principio mayoritariamente aceptado por la sociedad del "derecho al aborto", así que el gobierno hizo lo que le toca a un gobierno en una democracia: preservar su base de votantes.
Porque aunque ahora los provida lloren y pataleen, la verdad es que no son la base de votantes del PP, que es un partido liberal, «informado ideológicamente por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado”, como el resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales (públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista» (jolines con el Obispo! si es que parece un panfleto de izquierda de los 70!). Bueno, de paso acabo de presentarla: es un párrafo de la carta de Mons. Reig Plá, obispo de Alcalá de Henares, a propósito de la retirada del proyecto de Ley Gallardón.
Los provida están que trinan (aquí ya no uso la primera del plural, porque mi postura provida no tiene que ver con las "leyes del aborto" que son otras cosas que el aborto), por un lado se quieren comer crudo a Rajoy, por el otro, el hecho de que ellos y sólo ellos pataleen les muestra bien a las claras que no son la base de votantes del PP, y no tienen ninguna otra fuerza política con posibilidades de gobierno; así que el mismo pataleo demuestra que el gobierno actuó como era previsible que actuara, y que esto no es sentido -ni por el gobierno ni por su base electoral- como una traición a sus promesas electorales, por mucho que los provida lo quieran presentar así. Es más, en el acto por el cual Rajoy daba una patada a la ley y a Gallardón juntos (cuya hora había llegado hacía ya un tiempo), se leyeron esas mismas promesas electorales, signo de que el gobierno no considera que las haya incumplido, sino que "todavía" (y los tiempos de Rajoy son más inescrutables que los de Dios) no ha comenzado a hacerlo.

Presentada la cuestión, de lo que quería hablar es, como tantas veces, del modo de insertarnos los católicos, con nuestras exigencias, nuestras ideas, nuestra cosmovisión, etc. en un mundo que gira para otro lado, que ve las cosas distintas, y en el que tenemos que contar con que la inmensa mayoría de los que van a misa no están en desacuerdo con el aborto (aunque no tengan quizás una teoría al respecto), no están en contra del matrimonio del mismo sexo "si se aman", no ven mal que las parejas convivan años antes de casarse, la señora de la casa compra los preservativos para todos los varoncitos del hogar, "por si salen el fin de semana, para que tengan cuidado, porque estos chicos de hoy...", y no ven mal del todo que los matrimonios se separen "cuando se acabó el amor".
No estoy hablando de las teorías de género, del "derecho a la posesión de mi cuerpo", ni de todo eso tan teórico, sino de percepciones completamente palpables, primitivas, a flor de piel, hechas por fuera de toda consideración teórica: intuiciones del pueblo fiel.
Hace un par de generaciones todavía se representaba en colegios católicos el «Entremés del mancebo que casó con mujer brava», de Alejandro Casona, que es un sátira, pero que resulta también una horrible apología de la violencia de género. La razón es que eso, tan profundamente anticristiano, era aceptado por la gente piadosa: "una buena sacudida [del esposo a la esposa, se entiende] ayuda a mantener el matrimonio como Dios manda", escuché yo mismo hace unos años a una señora mayor en la cola de Mercadona. El santoral católico está bastante nutrido de mujeres maltratadas -pobrecillas ellas y bien santas que fueron, heroicamente-, que los hagiógrafos aprovechaban para poner de ejemplo a las casadas, para que supieran aguantar.
Los horripilantes crímenes pederastas cometidos por eclesiásticos no se pudieron destapar hasta que no entró en la conciencia del pueblo fiel (de ese que va silenciosamente a misa), que no era piadoso guardar silencio ante ello.
Este "sensus fidelium" (sentido cristiano de los fieles) tiene sus tiempos, y no es manipulable, ni reductible a códigos. A veces da gracia cómo los "conscientes de la fe" apelan al "sensus fidelium": cuando concuerda con lo que la doctrina oficial dice, viva el sensus fidelium, cuando no concuerda, "le ha han lavado el cerebro al pueblo cristiano".
Pero resulta que posiblemente el sensus fidelium (que no es infalible) se mueva por un cierto "olor a pastos", y lo interprete a su manera, en parte bien, en parte mal. No creo que haya que casarse con las interpretaciones de la fe y la moral que hacen las viejas al salir de misa, pero estoy seguro de que hay que, al menos, escucharlas un poco más. Y si ellas dicen que "bueno, mejor que se separen si no hay amor", o "si se aman, qué tiene de malo que vivan juntos?", deberíamos saber que allí hay, en la representación de una cáscara cultural que terminará cambiando, un núcleo de verdad que el Espíritu está hablando a nuestra fe.
Por muy cierta que pudiera ser la doctrina oficial sobre el aborto, la anticoncepción, la homosexualidad, la indisolubilidad matrimonial, las relaciones prematrimoniales, etc. hay -y creo que el Espíritu está golpenado la puerta de su Casa a ver si le abrimos- demasiados seres humanos que dejamos fuera, demasiada misericordia que estamos guardando en el cajón para mejores tiempos, demasiados abrazos del Padre que no somos capaces de repartir.

Bueno, ¿y qué hacer entonces? ¿simplemente cambiar 2000 años de convicciones "para que un par de degenerados que igual no vendrán a misa estén contentos"? (la frase es literal de un blog católico). Me parece reductivo ese planteo, pero quizás se trate de algo de eso. En la misa de hoy se leyó el fragmento de Lucas 9,51-56, que en su versión litúrgica dice así:
«Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
-Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?
El se volvió y les regañó, y dijo:
-No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.»
Aclaro que eso dice la versión litúrgica, porque la última frase: "no sabéis...a salvarlos", no figura en muchos manuscritos antiguos, y la crítica bíblica tiene sobradas sospechas de la autenticidad lucana, así que en la mayoría de las biblias no figura. Sin embargo la liturgia la lee, mira por dónde, quizás para azote de la Iglesia, ya que ayuda a tomar conciencia de que lo nuestro no es el juicio ni el fuego del cielo, sino llevar salvación, llevar jaris -gracia, alegría-, "misericordiando" entre los hombres.

Al nivel del lenguaje y de la predicación tenemos mucho para hacer:
-Recibir al mundo con buena voluntad, con voluntad de encontrar en él lo que tenga de verdadero, y eso no se hace sin buena voluntad.
A veces esto se entiende así: yo tengo ya de antemano lo que es verdadero, en lo que el mundo coincide, lo puedo aceptar. No se trata de eso, sino de estar dispuesto a encontrar en el mundo vestigios de verdad que nosotros perdimos, o que nunca tuvimos.
-Nosotros no somos el mundo ni del mundo: aceptar del mundo el lenguaje con el que él habla de la realidad, tal como el mundo la percibe; sólo así podremos transformarla, si es que realmente queremos transformarla por amor a los hombres y deseo de su salvación, y no por mera vanagloria, y para demostrar que teníamos razón.
Sobre esto hay muchos ejemplos, me detengo en uno particularmente lacerante: algún ingenioso bautizó "gaymonio" al matrimonio entre personas del mismo sexo, y en general a lo que es la actual doctrina civil sobre el matrimonio en los países más desarrollados. Cuando un blog habla de "gaymonio", ya sabemos que estamos entre amigos, mientras que si dice "matrimonio homosexual", "matrimonio gay", o "matrimonio entre personas del mismo sexo", es un progre, y si es cristiano, es un "miope" y "le han lavado el cerebro". A mí me han reconvenido varias veces por hablar de "matrimonio homosexual" y no de "gaymonio": "eso no es matrimonio", me han dicho.
Pues permítanme que lo diga con todas las letras: eso es un cristiano irrespetuoso, soberbio, y que le interesa un pito la salvación del mundo, puesto que no está siquiera dispuesto a empezar por aceptarlo tal cual es, primer paso para desear transformarlo.
No se trata de "respetos humanos" (en el mal sentido), sino de auténtica humanidad, una humanidad de la que cada uno de nosotros participamos, y de convicciones que posiblemente sustentaríamos nosotros mismos si Cristo no nos hubiera enseñado el misterio profundo del matrimonio, la matrimonialidad del mundo. Somos privilegiados por haber accedido al secreto sentido de muchas realidades, de muchas instituciones humanas; y resulta entonces un gesto de soberbia hacer de nuestro privilegio la medida de la verdad.
Si queremos transformar el mundo, aceptemos lo verdadero del mundo: sus definiciones de matrimonio, sus definiciones de vida humana, sus definiciones numéricas de la verdad. Aceptando la legitimidad de esas verdades, aceptando que el mundo tiene derecho a plantearse a sí mismo como mejor le parezca, estaremos en el primer peldaño de una escala que en su último paso es la transformación de esos criterios.
Conozco la objeción: "pero el mundo no me acepta mis criterios, me llaman fascista, retrógrado, conserva, me insultan... por qué tendría yo que aceptar esos criterios torcidos y encima sonreír?"
¿Quieres una razón sobrenatural? porque Cristo lo aceptó todo, y partió de allí a proponer algo nuevo, y a los que les propuso y aceptaron, los "sacó del mundo"
¿Quieres una razón civil? porque tu postura representa sólo el 2% de una sociedad que gobierna para el 100%, y se maneja con votos y mayorías, que es una convención, pero es mejor que otras convenciones, al menos es la que mejor funciona de las últimas que hemos probado.
Si quieres que tu postura sea respetada, comienza por aceptar la verdad del mundo, que es que "la verdad" es aquello que consiga el 51% de los votos.
Una vez aceptado esto, sigue por ganar voluntades, entender lo que le ocurre al 98% que no te quiere, corregir lo que es soberbio en tu postura, lo que la hace repelente aunque pudiera ser verdadera. Gana conciencias, no aplastes discursivamente, se trata de transformar la mirada del otro, y no violentándolo, no "lavándole el cerebro", sino ampliándole su campo de mirada.
Una vez comenzado esto, ten mucha paciencia, los procesos históricos no se realizan de un día para el otro. Ahora estamos con el impulso de la absoluta autonomía de la mónada humana. Es un proceso, un proceso que captó algo verdadero y olvidado en el mundo anterior, y está persigueindo esa verdad a la manera humana: a los tumbos. Si no somos capaces de acompañar el proceso de la autonomía, si nos limitamos a ensalzar las partes buenas de la verdad anterior, y nos olvidamos que traía también mucho dolor, muchos excluidos concretos, no conseguiremos ayudar a "optimizar el proceso", y evitar los excluidos del mundo actual.

La carta de Reig Plá, que puertas adentro gustó mucho y que podemos tomar como paradigma de las soluciones católicas a los problemas del mundo, realiza uno a uno lo contrario de todo esto:
-Deslegitima la democracia formal (la única existente hoy).
-No sabe leer el programa electoral tal como fue lanzado a -y recibido por- su mayoría de votantes.
-No entiende ni le interesa entender las cuestiones de lenguaje implicadas en "derecho de la mujer".
-Manda una serie de insultos -o pretendidos insultos- encadenados, como el berrinche de un chico: liberal, marxista, lobby, capitalista, LGTBQ, individualista... una colección de términos destinados a quienes se sienten fuera de todos ellos, y por tanto no a quienes estaba dirigido (supuestamente Monseñor quiere persuadir al Gobierno a que reconsidere), y que juntos no quieren decir absolutamente nada.

No cito la Carta para mofarme de ella, pienso que está escrita con pasión y sinceridad, pero es un modelo de cómo nos movemos los católicos con el mundo, y un muestrario de todos nuestros fallos.