jueves, 5 de noviembre de 2015

Poietés

De normal hablamos del lenguaje binariamente: mensaje y forma, comunicación y expresión, y hasta la grosera "envoltorio" y "contenido" (como si se tratara de caramelos). Pero el lenguaje no es binario sino -como mínimo- trinario:
-el lenguaje siempre habla desde una Forma. La forma me es dada, no la puedo inventar yo, la puedo ir modificando, y en la medida en que las modificaciones van desindividualizándose, haciéndose patrimonio común, van enriqueciendo la Forma.
Es mucho más que el "código" en el esquema de la comunicación, porque la Forma da forma real a la comunicación en todos sus aspectos: antes de que haya Forma, ni yo sé lo que quiero comunicar, es en la Forma, que me precede, donde la comunicación adquiere realmente sus contornos.
-y apareció el segundo elemento: la comunicación, el "mensaje", el "contenido"... sólo concesivamente hablo de "mensaje" y "contenido". En realidad la comunicación envuelve más: también el proceso por el cual el destinatario toma contacto con él; no se sabría decir dónde acaba el "contenido" y comienza la recepción.
-y está finalmente la "expresión", la forma concreta desde la que me apropio de la Forma y la digo: nunca la Forma da forma en abstracto, siempre es en concreto, en cosas tales como un "estilo", unas maneras personales: este escrito, que es una poesía o una prosa, que es un soneto o una elegía que canta la muerte de un señor, es la elegía indudablemente cantada por J. o por R.: sólo él se ha apropiado de la Forma de tal manera que deviene SU expresión. Es su Poeta.

Dije "y finalmente", pero en realidad se podrían desglosar quizás nuevas dimensiones. A mí me parece que estas tres dan suficiente cuenta del transmitirnos unos a otros las palabras, pasarlas de mano en mano e ir dejando en cada uno más -y no menos- de lo recibido. Y quién lo dice es siempre "poeta", "poietés", a lo griego, porque fabrica la palabra, una palabra que sólo a veces es poética.
Siempre me pregunto cuándo una palabra es poética. Ya sé que mucha gente tiene en claro el asunto, pero yo no. Con lo importante que me resulta que haya una palabra en el mundo que sea poética, sin embargo no sabría cómo decir cuándo una palabra es poética:

«No olvidéis que la poesía,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor...»
(Juanele, De las Raíces y del Cielo, "Ah, mis amigos, habláis de rimas...")

Es hasta el día de hoy la única "definición" que me parece aceptable: la palabra poética nos saca de nuestros aposentos, nos lleva a cielo abierto, al raso, en el frío de las noches sin ninguna guarida ni escondrijo cerca. Nos deja allí, a la intemperie, a mirarla.
El peligro de la palabra: «Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer?» (Juanele, "Deja las letras..."). Nos envuelve en sus redes sensibles, "ay, qué sutil", o "qué agradable", "mira qué profundo este verso", "increíble que el poeta haya podido decir esto"... ¿el poeta? ¿quién dijo que es el poeta el que lo dice? El poeta es posiblemente poietés de todas las palabras, excepto de la palabra poética. También el poeta ha sido llamado en ella a ese desierto donde, crucificada, la encuentra hablando en la intemperie, y allí se queda. Al revés que el esclavo de Platón, que libre de sus cadenas sale a la luz, el poeta, que podía ser libre, votar, gozar con la fantasmagórica anomia de las ciudades queda ahora encadenado a la intemperie: ya no ve, es de noche; ya no elige, es esclavo; ya no puede amar.
¿Y todo esto para qué? me dirán. Único remedo humano, simbolema del mundo trascendente donde Uno se entrega por otros para que todos puedan entregarse. "Para el invento del amor", dice Juanele. Y aun sobre ello, en palabras más prosaicas pero con experiencia de la palabra poética dirá A. Schökel: «la capacidad de engendrar una experiencia vicaria, o sea, de hacer entrar al lector en situación y permitirle revivir a su modo la experiencia comunicada.» (L. Alonso Schökel: Los Profetas, I, pág. 15).