domingo, 12 de marzo de 2017

¿Por qué deberíamos, como católicos, desmarcarnos con claridad de iniciativas contraculturales como el autobús de Hazteoír?

Ante todo quiero aclarar que soy consciente de que HO (en la actualidad CitizenGo) no es una asociación de la Iglesia, y que incluso en algunas diócesis españolas está vetada la colaboración institucional con ella. Hay razones de peso: la sospecha (y a esta altura una sospecha más que fundada) de que la verdadera naturaleza de esta asociación no tiene nada de católico, que es una asociación de presión social con estructura de tipo masónica, aunque de orientación integrista-cristiana.
No obstante, hay que reconocer que desde cierto punto de vista ellos "hacen algo" contra los avances de la "cultura de la muerte", y ahora contra el avance del relativismo de género, mientras que muchos católicos "no hacemos nada", empezando por los obispos, que no parecen haber tenido mejor idea que rechazar las iniciativas de HO, pero sin hacer nada más decisivo que recordar que la ideología de género "está mal".
Ese "ellos hacen algo" es el motivo por el cual muchos católicos de base, viendo el retroceso aceleradísimo de los retazos todavía existentes de la antigua "cultura católica", aunque lo consideran algo "a título personal", en tanto ciudadanos y no en tanto católicos, aplauden y avalan (con cadenas en las redes sociales, con firmas en distintas plataformas de opinión ciudadana) ese tipo de iniciativas.

Naturalmente, podemos hacer muchas cosas con la intención puesta en luchar contra la ideología de género y la cultura de la muerte. Podemos salir a rezar rosarios a la calle, podemos quejarnos por internet, podemos tirarle huevos y harina a los políticos que votan a favor de esas iniciativas, podemos poner quince autobuces en las principales capitales europeas, podemos rezar en casa, etc etc etc... el tema no es si "hacemos algo" sino si lo que hacemos tiene algún sentido.

Por otro lado, la lucha contra estas novedades culturales parece estar identificada en Occidente con el catolicismo, así que deberíamos tener bastante presente si lo que hacemos, aunque para nosotros sea "a título personal", o como iniciativa cívica, repercute o no en la cara del catolicismo en la sociedad. Los medios, por ejemplo, ya han calificado a la asociación integrista Hazteoír como "ultracatólicos". Vaya a saber lo que quiere decir "ultracatólicos", pero lo cierto es que el mote está muy extendido en la opinión pública, de tal modo que nos guste o no, incluso los católicos que nos desmarcamos de ese integrismo, incluso los obispos, estamos irremediablemente asociados como católicos que somos, a los "ultras". Cada vez que un católico firma una iniciativa de esa asociación, está en realidad consolidando la imagen de que hay un puente que une católicos con ultracatólicos. Esto le está haciendo un daño bastante serio al catolicismo, ya que cualquier idiotez que hagan los de HO -que tienen todo el derecho de ser idiotas "a título personal"- la sociedad lo carga a la cuenta de los católicos, con el aval de nuestras firmas católicas en ese web integrista.

¿Pero por qué está mal el integrismo?
Me gustaría traer aquí un párrafo de una obra del teólogo Von Balthasar que habla precisamente de ello, y define muy bien la profunda anticatolicidad del integrismo. Antes de leerlo, quisiera hacer notar un contexto de este párrafo: en la obra ("¿Quién es un cristiano?"), el teólogo habla sobre la realidad de la Iglesia en el post-Concilio (comenzó a trabajar en este texto en 1965), y constata cómo el ambiente interno de la Iglesia era casi de tanta confusión como en el mundo. No se chupa el dedo. Von Balthasar no es un contemporizador a ultranza con el mundo moderno, al contrario, tiene muchas prevenciones acerca del "alegre diálogo" y la fácil contemporización con cualquier tendencia cultural que se nos ponga delante. Precisamente en esos momentos de confusión cualquier persona formada en los principios de su catolicismo tiene la tentación del integrismo, es decir, de romper del todo con cualquier tipo de interacción con el mundo que nos rodea, y más bien centrarse en imponer los valores cristianos, que bien pueden expresarse en leyes y costumbres de inspiración cristiana, como fue durante siglos y funcionó razonablemente bien (a pesar de lo que digan algunas "leyendas negras", que siempre se pueden contraargumentar).
Esto es una tentación, una tentación que siente cualquier persona decente y formada. Ver que el estado te impone la aceptación de la educación transgénero para los pequeños no le gusta a nadie que sepa que todo eso no es más que ideología; ver que el estado permite, pero además positivamente promueve el aborto, no le gusta a nadie que esté bien formado y tenga hijos, sobrinos o nietos adolescentes; uno sabe a qué llevan todas esas ideologías.
Y es verdad, llevan a la infelicidad, pero ¿es el integrismo la solución? ¿es posible y deseable que los valores cristianos se impongan de esa manera?
Responde Von Balthasar:

«le está vedada al cristiano esa forma de síntesis que nosotros hemos llamado «integrismo» y que es la mera aplicación práctica de la gnosis antes descrita: a saber la utilización (con olvido de Dios) de medios de poder específicamente mundanos para una supuesta promoción del reino de Dios en la tierra. La intención puede ser sana, pero es malsana la identidad ingenuamente sobreentendida entre el reino de Dios y la influencia político-cultural de la Iglesia, influencia que luego se identifica en práctica con el poder de influencia de un grupo de «mamelucos» cristianos que ansían conquistar el mundo. Pero no estamos ya en la Edad Media; se acabó el tiempo de las equiparaciones simplistas de cielo y tierra; toda forma de «francmasonería» cristiana moderna resulta, a la larga, sospechosa y odiosa para cristianos y no cristianos. El que hace esas cosas no ha entendido bien ni la impotencia de la cruz (que él debiera anunciar) ni la omnipotencia de Dios (a la que quisiera socorrer presuroso con el poder mundano) ni las leyes del poder mundano (que aplica desprevenida y acríticamente). Los seguidores de Jesús estamos en una situación mucho más desprotegida de lo que nos gustaría. Estamos radicalmente expuestos: como cristianos expuestos ante el mundo, y por Cristo expuestos en el mundo. Con la Iglesia quisiéramos, de mil amores, forjarnos un escudo contra el mundo y con nuestra misión en el mundo un escudo contra la palabra y la pretensión de Cristo. Pero Cristo desautoriza la espada mundana del integrista Pedro, toma partido por los agresores y cura la oreja de Malco. Y el mundo desautoriza también esa misma noche los acercamientos colaboracionistas del mismo Pedro y lo pone en el lugar que le corresponde: «Tú también eres de ellos, seguro; te traiciona tu mismo modo de hablar» (Mt 26,73). Desde ambos frentes es rechazada la búsqueda angustiosa de cobertura.»

"Búsqueda angustiosa de cobertura". Es eso y no otra cosa el integrismo, del signo que sea. El programa de acciones integrista no es sino una gran empresa de autocubrirse ante un mundo inhóspito, con la falsa fachada de hacerle un bien "al Reino de Dios", a la fe, etc... ser católico no es defender un conjunto de valores que "te hacen feliz", para eso basta una gnosis con fachada de cristiana. Ser católico es acompañar al Señor, seguirlo como el discípulo al maestro, identificarse con él; por supuesto, identificarse sobre todo en lo más central de su vida, que es la cruz: "El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán." (Juan 15,20). La cruz es la forma de la fe en el mundo. Es posible que en alguna época se dé una convivencia con el mundo un poco más amable, pero es un "caramelito" un don de Dios a su Iglesia que no debemos -por imperativo de la propia fe- tratar de provocar por nosotros mismos. Todo intento de nuestra parte de actuar simétricamente pero en sentido contrario al mundo, de frenar el rechazo de Dios con armas que no sean las del evangelio -la persuasión y la cruz- se pone irremediablemente al margen del evangelio, exactamente como, en el ejemplo que da Von Balthasar, Pedro al cortarle la oreja a Malco. Puede hacerse con mala intención o con buena intención, pero no hay duda que está fuera del evangelio, y puesto que el evangelio es muy claro y constante en este punto, el juicio al respecto es verdaderamente severo.

En suma, que no se trata de ponernos a "hacer algo" porque "los obispos no hacen nada" y esta es "la hora de los laicos". La hora de la Iglesia es siempre la hora de la cruz, para todos, obispos y laicos; cualquier hora que no sea esa, no pertenece al reloj de Cristo, y por tanto, como no recoge con él, desparrama (Mt 12,30). Es tan claro el evangelio en este punto, que es verdaderamente algo demoníaco que los católicos se confundan tan a menudo.

domingo, 5 de marzo de 2017

De ofensas carnavalescas

Días pasados, en el carnaval de Tenerife, en la ya tradicional noche "drag", se presentó a concurso -y ganó-, una parodia de la Virgen y de la crucificción.
Como todos saben, eso levantó un inmediato debate sobre los famosos límites de la libertad de expresión, y la consabida frase, que ya es un eslogan: "a que no se animan con los musulmanes...".
La cosa no es nueva en absoluto, el año pasado fue una imagen de un colectivo LGTB que puso en una foto un "beso lésbico" de dos imágenes de la Virgen, y así un largo etcétera.
Obviamente que como cristiano no me gustan ese tipo de imágenes; me parece triste que nuestras mayores realidades, en un país que hace mucho tiempo fue abanderado del catolicismo europeo, se hayan convertido en objetos cómicos para adornar el lógico desmadre del carnaval, y generar -artificialmente- una polémica, quizás para suplir una pasión que la creatividad artística no consigue encender.
Dicho esto, la cuestión es si y cómo debemos reaccionar los cristianos; hay varias formas posibles:
-Podemos pasar al ataque: si nos dan, demos. ¿Pero no dice el evangelio que hay que poner la otra mejilla? sí, pero eso, que es un reclamo de Jesús a cada creyente, no es exigible por otro más que por Jesús, nadie me puede reclamar que si me siento ofendido, reaccione; y mucho menos tienen derecho a reclamármelo en nombre de Jesús quienes no creen en Jesús, y ni siquiera lo respetan.
-Podemos reivindicar nuestra pertenencia a esta sociedad y por tanto reclamar nuestra cuota de respeto en una sociedad que, por tener que juntar muchas mentalidades heterogéneas, tiene que practicar y enseñar a practicar el autodominio sobre lo que puede ser ofensivo para los demás, aunque para uno no lo sea.
-Podemos también soportar silenciosamente la ofensa, e incluso sentir una profunda alegría (una alegría cristiana, no carnavalesca ni pagana) por la ofensa: atentos a la palabra del Señor que dice «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.» (Mt 5,11-12)

Al primero lo podemos llamar el método "hazteoír", cristiano sólo en apariencia; porque si bien nadie puede exigirnos desde fuera el mandato de Cristo "ofreced la otra mejilla" -es algo que tiene que salir de nosotros mismos-, parece profundamente anticristiano reclamar por las ofensas que hacen a nuestra fe, con métodos que a su vez niegan el respeto a quienes nos ofendieron, o que al menos se ponen a su misma altura.

Al segundo no sé cómo lo podríamos llamar (no quiero ofender a nadie), pero es un clásico cuando ocurren estos episodios: muchos cristianos y medios de comunicación cristianos nos atiborran de razonamientos sobre la simetría que debe regir en nuestra sociedad  respecto de la "libertad de expresión", que no es un derecho absoluto, que nuestra libertad termina donde comienza la del vecino, etc, etc. etc...
¿Tienen razón? ¡claro que tendrían razón!... si no fueran cristianos; porque siéndolo, no se dan cuenta que en cuanto ponen el problema de las ofensas a la fe al nivel de cualquier ofensa que pueda circular en la sociedad (las ofensas a las mujeres, a los negros, a los gays, a los obesos, a los bajitos, a los altos, a los chinos, a los tuertos, etc), convierten a la fe cristiana en un colectivo más, un "diferente" que tiene que ser aceptado precisamente porque es diferente... Y la fe cristiana no es ni igual ni diferente a nada, simplemente, cuando funciona, es la sal de la tierra, y cuando no funciona, no sirve más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.

En las realidades sociales, el respeto lo reparte Papá Estado. No quiero ese respeto, como cristiano me niego a que Papá Estado diga que yo "debo ser respetado", porque soy como el enano, del que no debo burlarme. ¡Claro que no debo burlarme del enano! A mí me sale naturalmente reírme de quien se cae al suelo por un accidente tonto... ¡claro que no debo reírme! ¡me parece estupendo que Papá Estado me penalice si me burlo del tonto del pueblo! ¡claro que no debo burlarme!
No debo burlarme porque la cultura supera al estado de naturaleza... no debo burlarme porque naturalmente me burlaría, no debo discriminar al que es diferente porque soy una persona del 2017, no un bruto cavernícola, que discrimina a cualquiera que no pertenezca a su caverna. Hemos desarrollado el Estado (con todas sus estupideces y excesos) para que custodie el estado de cultura que tantos milenios nos costó conseguir, así que me alegra que Papá Estado me recuerde las cosas que por mi naturaleza no me sale respetar.

Pero como cristiano yo no soy un "colectivo" del que todos deberían naturalmente reírse, excepto que Papá Estado les mande no reírse... si la sociedad que me rodea no me respeta debo más bien pensar que: o bien no me supe ganar el respeto (y entonces, a intentarlo de nuevo), o es cumplimiento de la profecía de Cristo acerca de que pertenecer a los suyos implica vivir rodeado del rechazo del mundo.

Si no me respetan en tanto que cristiano, si no respetan el sublime significado de mis símbolos... eso sólo significa que Cristo debe seguir muriendo por nosotros, por cada uno, por mí -que no siento todavía de manera natural la alegría en medio de las persecuciones, sino que tengo que ordenármela- y por el "drag" que no tiene íntimo temor de Dios.

Y significa también -y es lo más misterioso- que la sociedad en la que vivo está preparándose, sin saberlo, para recibir toneladas de gracia, porque la abundancia del pecado prepara sobreabundancia de gracia.

martes, 7 de febrero de 2017

Silencio, de Scorsese

Estoy realmente impresionado por la belleza cinematográfica y por la profundidad de reflexión de "Silencio" de Scorsese. Reconozco que es un gran artista, pero normalmente no sintonizo mucho con los temas que trata. En su momento me costó mucho apreciar "La última tentación de Cristo"; recién luego de verla un par de veces la guardé en mi espíritu como una gran película de tema religioso. Pero podría decir -ya comparando con Silencio- que en aquella la profundidad religiosa la aportaba el libro de Kazantzakis, y Scorsese ponía el interés en el tema, y el oficio artístico. En Silencio está todo más unido y amalgamado: belleza cinematográfica y profunda reflexión religiosa, espíritu genuinamente cristiano que se nota que no proviene solo de la novela de Sushaku Endo -reconocido autor católico- sino también del propio Scorsese, que ha encontrado una respuesta cristiana para su vida, que por supuesto solo a él tocará seguir explorando.
Si tuviera que sintetizar en una frase del Evangelio esta obra, pondría "Mirarán al que traspasaron". Porque toda la película es eso: Cristo en el centro del mundo, mirado con gozo por los cristianos, celebrado y gustado por ellos, mirado con odio por el inquisidor, mirado con vergüenza por los tres apóstatas (Ferreira, Rodriges, Kichijiro). Al final Cristo triunfa: es el centro de todas las miradas, y distribuye perdón, incluso a aquellos a quienes sólo lo miran secretamente (Rodriges, Kichijiro).
Para todo creyente enamorado de su fe, Ferreira es un personaje horroroso... ¡pero tan eclesiástico! ¡la Iglesia está tan llena de Ferreiras!  de racionalistas de la fe, de gente que cree ser superior en su contacto con Dios, porque no confunde al Hijo de Dios con el brillo de la luna. Ya sabemos lo que Cristo reserva para ellos, lo dice tan claramente en los evangelios, que la apostasía que cuenta Ferreira la podíamos predecir todos.
La apostasía de Rodrigues, naturalmente, es más compleja (es el centro de la reflexión): Rodrigues y Garupe son los dos discípulos de Ferreira, pero también son discípulos de Cristo. Deberán elegir a qué maestro realmente siguen, y como el discípulo no es más que su maestro, uno termina mártir y el otro apóstata.
La voz de Cristo cuando él está por pisar: "¡Ven ahora! Todo está bien. Pisa sobre mí. Entiendo tu dolor. Nací­ en este Mundo para compartir el dolor de los hombres. Llevo la cruz por tu dolor. Tu vida está conmigo ahora. Pisa.". ¿Es la voz de Cristo? ¿es su imaginación/deseo?
Todo sería más fácil si fuera su deseo, pero Cristo no rompiera realmente su silencio. Todos podríamos acusarlo de apóstata y seguir yendo a nuestra vida cristiana sabiendo quién es el bueno, quién el malo. Pero realmente Cristo murió también por él, y en la cruz de Cristo, en la nota de deuda, está clavada también la apostasía, si quiere Rodrigues, y también la de Ferreira, si quiere, como está repetidamente la de Kichijiro, que una y otra vez vuelve a pedir perdón. Cristo no abandona a nadie, muere por todos. Unos se apropian de la alegría de la salvación hoy, otros quizás abrazando un crucifijo secretamente, al morir.
Parece que la película tuviera como tema central la apostasía, pero no, ese es un foco de la elipse, el otro está en la alegría de los cristianos: ¡son verdaderos cristianos! ¡por fin alguien que filma sin afectación a un cristiano! no poniendo cara de tonto, sino simplemente transparentando la alegría de un tiempo mesiánico en el que ya, por gracia, estamos viviendo. En ese sentido, es revelador el diálogo entre Rodrigues y Garupe y la pareja a la que le bautizan el niño (aprox. 25 minutos de la película):
(la pareja): -¿Ahora estamos con Dios en el paraíso?
Garupe: - ¿Paraí­so?
P:- Sí­, paraí­so.
G:- ¿Ahora?
P- Sí­.
G:-No... no. Pero Dios está ahí­ ahora y para siempre. Él prepara un lugar para todos, incluso ahora.
La pareja se mira confundida, y no es para menos: simplemente los padrecitos no tienen verdadera idea de la fe cristiana, tienen teología, y tendrán que adquirir la fe en el contacto con esos creyentes, como Garupe, o se enredarán en su teología solidaria, como Rodrigues.
¡Sí estamos en el paraíso por el bautismo! eso es la fe cristiana. El tiempo mesiánico se ha introducido en nuestro tiempo y lo ha implosionado. Es mucho más complicado decirlo que simplemente creerlo en la fe.
Me parece que la primer hora de película es un canto a la alegría cristiana por el paraíso adquirido en el bautismo, en medio de todo, persecuciones, silencios, incluso discusiones de parroquia ¡tan reales! como la que tienen en la cabaña para ver quién va a ir de voluntario al martirio.
En una crítica a la película del Obispo de Mons. Robert Barron dice "el establishment secular siempre prefiere a los cristianos vacilantes, inseguros, divididos y ansiosos por privatizar su religión. Y está demasiado dispuesto a desechar a las personas apasionadamente religiosas tildándolas de peligrosas, violentas, y seamos realistas, no tan brillantes." (la crítica entera aquí) La frase como tal es cierta, y se refiere, en su contexto, a personajes como Ferreira o Rodrigues, y a nuestra cultura; pero creo que Scorsese no ha pintado unos cristianos "no tan brillantes", más bien al contrario (yo no creo que Mons Barron haya querido decir eso, pero lamentablemente su párrafo fue interpretado así): ha pintado el valor de un cristianismo de base, apasionado, centrado en el evangelio, incluso en la ingenuidad del mensaje, y la solidaridad amorosa a la que necesariamente lleva (el "juego de las manos" en torno a la cruz a los 22 minutos es la verdad misma de la fe, filmada). Esa primera hora, la brillantez y lucidez de esos cristianos, no se pierde en absoluto cuando llega la oscuridad del otro centro de la trama.